En medio de una tragedia, cuando todo parece desmoronarse, un seguro puede representar mucho más que un auxilio económico. Puede convertirse en un abrazo, en un respiro, en un apoyo que permite a una familia mantener la esperanza viva.
Para muchas familias de bajos recursos, la pérdida de un ser querido, un accidente grave o una enfermedad catastrófica puede tener consecuencias devastadoras, no solo emocionales sino también económicas. En estos contextos, un seguro oportuno puede marcar la diferencia entre la ruina total y la posibilidad de recuperarse poco a poco.
Un seguro funerario, por ejemplo, puede evitar que una familia tenga que endeudarse para despedir dignamente a un ser amado. Un seguro de vida puede garantizar que los hijos puedan seguir estudiando o que la familia no pierda su hogar. Un microseguro de salud puede permitir el acceso a tratamientos médicos que de otra forma serían inalcanzables.
Lo más poderoso del seguro en estos casos no es solo el dinero que entrega, sino la tranquilidad que ofrece. Es saber que, en medio del dolor, hay una red que sostiene, que acompaña, que respeta la dignidad de quienes atraviesan un momento difícil.
Por eso es tan importante que la protección esté al alcance de todos. No se trata de un lujo, sino de un derecho. Los seguros, bien diseñados y con enfoque humano, pueden ser una herramienta clave para fortalecer la resiliencia de las familias más vulnerables.
En el fondo, asegurar también es cuidar. Es mirar al otro con empatía. Es estar presente cuando más se necesita.
Y ese es el tipo de protección que transforma.